- Artículo escrito originalmente para Rondo Blaugrana y piblicado el 21 de mayo de 2014 -
Luis Enrique vuelve a casa
después de tres años. Las dos temporadas posteriores a su marcha no fueron
fáciles para los aficionados del filial y en las gradas más de una vez se coreó
y pidió su vuelta. Este curso, entre los tres mil o cuatro mil asistentes a los
partidos del Barça B, aún se habla de Luis Enrique. “Esta
temporada estamos bien, pero con Lucho…”. Siempre hay algún pero y siempre lo habrá para cualquiera
que se siente en el banquillo local del Miniestadi. Es lo que conlleva
sustituir al mejor.
PASO A PASO
Luis Enrique aterrizó en el
Miniestadi en 2008, tras rechazar las ofertas de la RFEF para ser primer
entrenador de la sub-19 y segundo de la sub-21. No fueron pocos los culés
críticos que cuestionaban su capacidad, pero la implicación enfermiza de Lucho
hizo que las dudas respecto a su trabajo de resolvieran pronto.
Guardiola y Tito habían ascendido
al filial a Segunda B y al asturiano le costó activar al equipo en la nueva
categoría. El primer año fue duro y difícil, costó arrancar y el equipo llegó a
estar penúltimo y a encadenar rachas de hasta seis partidos sin ganar. La campaña
2008/09 fue una temporada para aprender y madurar, fue esencialmente la
temporada de los Miño, Córcoles, Botía, Jony López o Verdés, de Longás, Xavi
Torres y Abraham o de Maric, Jeffren y Rueda. Luis Enrique mantuvo siempre el
4-3-3, aunque corriendo menos riesgos en defensa que su antecesor, Pep
Guardiola. En el juego, el equipo acusó los problemas que mostraron los
fichajes para adaptarse y coordinarse, mostrando en ocasiones a un Barça B con
menos fluidez y más espeso con el balón. El mayor hándicap para la plantilla
fueron las bajas de Busquets, Pedro y Víctor Sánchez, que eran cada vez más
habituales en el primer equipo. El equipo acusó falta de pegada de cara a
puerta y el máximo goleador fue Maric, con 11 tantos, seguido por Pedro, que ni
siquiera entrenaba de manera habitual con el equipo.
A pesar de todo, el equipo hizo
piña y mejoró, acabando quinto clasificado con 60 puntos (15 victorias, 15
empates y 8 derrotas) y, más importante, esta primera temporada sirvió a Luis
Enrique para darse cuenta de quien quería estar y de quien no.
Al siguiente año los jugadores se
metieron más en lo que Lucho y su staff buscaban. Aumentaron el número de goles
y sobre todo ganaron en autoconfianza. El equipo nunca tuvo la sensación de que
iba a perder, al final daba igual quién hubiera en el campo (Sergi Gómez subió
del juvenil para los playoff y fue el mejor en todas las eliminatorias) porque
todos estaban convencidos de que no ascender aquella temporada era imposible.
La segunda temporada fue la que
convirtió a Fontàs en soldado de Luis Enrique, que llegó a afirmar que para él,
el defensa era el futbolista más determinante del equipo. Acompañado de Bartra,
Montoya y Espasandín, la defensa del Barça B se transformó en un fortín muy
difícil de ensartar. Y por delante de ellos crecieron Sergi Roberto y Romeu y
golearon Soriano y Nolito.
Luis Enrique no tenía como
objetivo hacer al Barça Atlètic campeón de su liga, así que una vez
clasificados para playoff de ascenso preguntó a los futbolistas cómo querían
encarar lo que restaba de temporada. El equipo no quiso relajarse, siguió en la
buena dinámica y para cuando llegó el momento de disputar los playoff no tuvo
que cambiar nada porque iba como un tiro.
Las lesiones de futbolistas como Fontàs y la mala suerte en el sorteo,
hacían prever a la afición que el filial no lo tendría fácil para ganarse un
puesto en Segunda División. Pero la plantilla estaba tan motivada que en ningún
momento dejó de creer y, a pesar del factor campo en contra, del poder
defensivo del Sant Andreu y del clima hostil, Luis Enrique jamás vio posible no
ascender.
La evolución del Barça de Lucho
durante las tres temporadas fue espectacular. Tanto a nivel de juego como de
evolución individual. Todos los jugadores se sintieron cómodos e importantes en
una plantilla repleta de talento. La dinámica de grupo fue muy positiva y el
culpable absoluto de ello fue Luis Enrique y su capacidad comunicativa.
Su tercera y última temporada al
mando del equipo, fue también la mejor. Luis Enrique no era partidario de marcarles
un objetivo de inicio a los futbolistas y encaró la campaña en segunda división
con prudencia pero con la máxima ambición. A los jugadores les dijo que jugaran
a lo que sabían y que tras quince jornadas ya verían cuál era el nivel y de qué
eran capaces. Resultó que aquel Barça B recién ascendido a la división de
plata, por juego, era capaz de todo, pero necesitaba un objetivo por el que
luchar y que hiciese que los futbolistas no se despistasen. La meta propuesta
por Lucho fue lograr clasificarse como el mejor filial de la historia culé y lo
lograron con 71 puntos y una incontestable tercera posición.
EL FÚTBOL DEL BARÇA ATLÈTIC
Lucho dejó el filial tras haberlo
entrenado en 124 partidos, con 60 victorias, 39 empates y 25 derrotas.
Durante las tres temporadas que
el asturiano pasó en el Miniestadi, el Barça B siempre fue un equipo
reconocible, pese a que las condiciones no siempre fueran favorables. Al
principio de su andadura las comparaciones con Pep fueron constantes, pero a
pesar de que cada uno tenía su manera de gestionar y liderar, las ideas de
juego tenían una clara visión conjunta.
Luis Enrique, siempre centrado en
la fase ofensiva del equipo, construía ya desde la defensa, mediante laterales
altos, centrales abiertos y un mediocentro que se incrustaba entre ellos.
Cuando el rival presionaba con muchos jugadores, el Barça B se encargaba de
llevar el balón a las zonas del campo que quedaban despejadas. Era costumbre
ver, ante presiones muy asfixiantes, un envío en largo de Fontàs hacia el
lateral adelantado, que ganaba el salto y dejaba en ventaja a sus compañeros
para que se hicieran con la segunda jugada.
En la transición el peso de los
laterales resultaba vital, máxime con el gran espacio que había entre líneas. Aunque
se perdía cierto control del juego, también se ganaban muchísimos metros y los
contraataques concluidos por Nolito y Soriano resultaban imparables. Los
intercambios constantes de los dos delanteros más Benja, sumado a la gran
profundidad, obligaba a la defensa rival a mantenerse retrasada.
El punto más flojo del Barça B de
Luis Enrique, como suele pasar con todos sus equipos y a pesar de contar en esa
línea con algunos de sus mejores hombres, era la defensa. Sobre todo en el
último año, a Fontàs, Bartra, Muniesa y Montoya era habitual verles jugar con
la línea muy adelantada, pero tenían tendencia a recular ante la intimidación
rival. Ya en la última temporada, Lucho liberó a los laterales de
responsabilidades en la gestión del balón, lo cual les benefició para incidir
más por la banda y generar superioridades en ataque.
El filial siempre fue un equipo
muy cohesionado y profundo, timoneado principalmente por dos interiores
escalonados, lo cual les permitía superar líneas con facilidad y situar el
balón fuera del alcance de la presión rival, en zona de menor riesgo en caso de
pérdida.
LEGADO
Durante las tres temporadas en
las que Lucho fue el responsable del equipo, pasaron por sus entrenamientos más
de cincuenta futbolistas y tres años más tarde es difícil encontrar a alguno
disgustado con el trabajo del asturiano. Luis Enrique tuvo claro desde el
primer momento que eran los jugadores los que sacarían adelante el proyecto -más
allá de la implicación que él pudiera poner de su parte- y confió ciegamente en
ellos.
Fue exigente, no aceptó que
ningún jugador no fuera ambicioso ni que se engañase no dando el máximo de sí
mismo. No los trató a todos por igual pero aportó a cada futbolista lo
necesario. Construyó equipos equilibrados entre la juventud y la veteranía,
tratando a estos últimos como vertebradores y exigiéndoles más que al
resto. A los más experimentados les hizo
partícipes de las charlas en los entrenamientos y a los más jóvenes les enseñó
a pensar y tomar decisiones durante los partidos. Difícilmente el Barça B
volverá a tener un vestuario tan cohesionado como el que Lucho logró,
manteniendo los intereses individuales muy por debajo de lo colectivo,
convenciéndoles de que cuanto más unidos estuvieran, más destacarían.
No fue tarea sencilla. Lucho es
un entrenador de carácter, como fue un jugador de carácter. Su mayor labor al
mando del filial fue la implantación definitiva de la cultura del esfuerzo. La
apuesta por la disciplina, la ambición y la competitividad extrema. Echó muchas
broncas, sentó en el banquillo a quien se creyó intocable y, cuando tuvo que
hacerlo, cambió alineaciones un par de horas antes del inicio de un partido.
Confianza sí, pero no gratuita.
En el fútbol base de la Ciutat
Esportiva, hoy se respira una ilusión renovada. El Miniestadi, incluso abonado
a los buenos resultados como actualmente, aún le echa de menos. Y en el Camp
Nou, los futbolistas que alguna vez se entrenaron con él están hoy más
tranquilos, mientras los que sólo le conocen de oídas empiezan a ponerse
nerviosos.
Buena suerte, míster.
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